Ayer me propusiste un juego: tú me engañas, yo te creo.
Y comenzamos a explorar, a reír, a gozar, a actuar, a amar. Y por primera vez me sentí dueña de la ficción. Fui la actriz principal de una obra inédita recreada con tanta naturalidad que encantaba a los espectadores.
Cada vez que te besaba, que era tuya, que aparecíamos en público, más convencíamos a nuestro público. Las críticas mejoraban, los aplausos estremecían, la taquilla explotaba. Los periódicos no paraban de dedicarnos páginas enteras con titulares impresionantes. Cinco estrellas, decían. Y yo me sentía nublada. La fama te vuelve ciega. La fama te crece.
Flores a mi camerino y sin tarjeta. Pero de ti, ¿de ti? Nada. Sólo un compañero sobre las tablas. Tuya era mi boca, tuyo mi cuerpo, tuya mi lengua, mi mirada, mis palabras. Mi guión. Pero tú nunca abandonaste tu papel. Te mantuviste pegado al libreto, sin ir más allá de tu rol.
Ayer me propusiste un juego: tú me engañas, yo te creo.
Llegó el día de la escena final. Estaba nerviosa. Teníamos que agradar a los asistentes. No podíamos fallar. Se abrió el telón y empezó el acto.
"Lo siento", me dijiste. "Tengo que hacer feliz a alguien más".
¿Alguien más? ¿Acaso no era yo la actriz principal? Empecé a tener miedo porque eso no estaba en el guión. Cambiaba de páginas desesperada mientras él se inclinaba ante el público y yo había perdido la trama. Me había perdido en una escena que no estaba planificada. Sudaba, temblaba. Leía las líneas con la esperanza de encontrar una respuesta. Jugaste a amarme por un rato hasta que llegó el clímax. Luego, empecé a llorar. Estaba destrozada: habías logrado que mis lágrimas explotaran sin esfuerzo. Te sentías satisfecho. "Me engañaste bien", pensé.
De pronto, los aplausos. Me vi rodeada de flores, sonrisas y la gente de pie, extasiada.
Yo seguía en el suelo. Un poco asustada, un poco mareada. Él había abandonado el escenario y el telón se cerró. Todavía escuchaba los comentarios de la gente que abandonaba el teatro. Todos positivos. ¿En qué momento me perdí? Intentaba organizar mis ideas cuando me puse de pie. Buscaba al director. "¿Qué director?. Tú siempre llevaste la batuta", me respondieron. Sí, eso es lo que yo pensaba pero yo no escribí el final así. ¡Ese no era el final! Gritaba desesperada. Y el eco. Nada más.
Ayer me propusiste un juego: tú me engañas, yo te creo.
Perdí. Creí que jugabas. Creí que tenía el control. Y ahora que no hay luces, ni escenario, ni telón... ahora descubro cuánto te amo. Tanto que te dejé escribir tu propio guión, actuar en otra obra e incluso escoger a la protagonista. A tú protagonista.
Yo siempre tuve un papel secundario en una historia ficticia. Pantomima
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